La 195, el Alma Mater y el mar de fueguitos

«Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.- El mundo es eso – reveló-. un montón de gente, un mar de fueguitos.» E. G.

Eliza estaba perdida y yo había ido a parar a casa de Onésimo y Mirna con un maletín y unas ganas enormes de ver una marcha de las antorchas a la altura del Alma Mater, en la cima de aquella escalinata.

Había que recorrer un camino larguíiiisimo, a bordo de la irregular y para nada previsible ruta 195, pero mi amigo Camilo, residente en Guanabacoa y único aliado en esta aventura, tenía fe en ella, así que nos fuimos hasta la parada más solitaria que he visto en mucho tiempo en La Habana. Un grupo de muchachos aguardaban sentados en la acera, colgados de la etérea esperanza no. 195.

En cuanto llegué me desplomé sobre el quicio de la acera, acababa de regresar de una Matanzas medio gris, con una bahía inflándole el medio, como si no hubiera espacio para la ciudad, estaba cansada, pero no podía desperdiciar un 27 de enero en la capital, yo quería ver el “mar de fueguitos” y ver todo el jelengue, comparar, recordar y hasta huir de la humareda, para sentir al día siguiente que todo habría sido en vano, el humo estaba ahí, con su olor imperceptible al inicio, pero insoportable después.

Me senté y me paré varias veces, ya no sabíamos de qué hablar, hubiéramos querido tener en el oído la misma sensibilidad que Jean Baptiste Grenouille en la nariz, para adivinar qué tipo de carro era ese que se escuchaba a lo lejos. Alguno de los chicos se aventuraba, ¡esa es! ¡esa es! Más tarde nos dábamos cuenta de que solo era una ilusión auditiva.

Y lo de solitaria era en serio, por allí no pasaba un alma, un cuerpo, cualquier aparato automotor, ni siquiera uno en cuatro ruedas. El residencial Guanabacoa estaba aislado del mundo, apenas asido por una ruta inestable.

Finally, y después de una hora, un sonido familiar, no para mí, pero sí a los oídos de Camilo, surgió en la nada. Esa sí es, y esa sí era. El ómnibus se acercaba, atestado de gente. Nos acumulamos en la puerta, y una voz desde dentro ordenó que pasáramos el dinero y que subiéramos por la puerta de atrás. Es una práctica usual cuando la guagua está llena, así que obedecimos, y después de un grito que no entendí, la 195 arrancó, sin abrir la puerta…

Y vi el mar…

No podría enumerar el glosario de palabras, adjetivos, expresiones que se me ocurrieron para ese chofer, pero no las dije, porque las niñas no dicen cosas feas; Camilo reía, perplejo. Pensé que terminaríamos la noche viendo la novela de las 11:00 o alguna película en el Canal Educativo. Camilo miró el reloj, hizo un gesto como si midiera el viento o algo así y dijo sereno, Vamos.

Y… sangrados por las máquinas y sus precios, llegamos al Vedado, ja, llegamos, sangrando, pero allí estábamos, en medio de la multitud.

Lo que veía no se parecía en nada a mi imagen televisiva, aquella hilera móvil y larga de antorchas encendidas. La gente estaba dispersa, el malecón superpoblado, antorchas en el piso y los “agentes del orden” controlando el tránsito para despejar el camino hasta la Fragua Martiana.

Nos escurrimos por 23, la calle que más he caminado en esa urbe, doblamos en alguna letra, M, L, no puedo recordar, soy pésima para ubicarme en los lugares. El panorama seguía sin parecerse, caminábamos en sentido contrario a los demás, que venían haciendo chistes y con las antorchas apagadas. Camilo se enrrumbó por una calle que tampoco reconocí y que por supuesto no recuerdo, y cerca, sin que me diera cuenta, empecé a ver antorchas encendidas, y a sentir el olor a humo, y ya antes habíamos visto las banderas, pero no a la gente. Me esforcé en subir unos escalones, no sabía por dónde andaba, seguía subiendo, y la peste, no el olor, del humo ya se sentía, Camilo me tocó por el hombro, mira pa llá, volví la cabeza y tarán, no sé de dónde pero ahí estaba mi visión televisiva, la lengüeta negra con pintas naranjas, el mar de fueguitos de Galeano, y tampoco sé de dónde salió el Alma Mater, pero casi estaba a mi lado. Terminé de admirarme, bajamos las escaleras y entramos en la multitud.

7 Respuestas a “La 195, el Alma Mater y el mar de fueguitos

  1. Verdad que Camilo es un tipo muy especial. Un príncipe de libros de cuentos o un galán de telenovela. Qué bueno Chely que pudiste vivir esa experiencia y compartirla. Un abrazo

  2. te comprendo, esas soledades en la parada de la 195 son usuales por el barrio, sobre todo cuando ellas se dan cuenta de lo auprada e impaciente que está una para salir de la villa de Pepe y llegar a puerto, digo, al Vedado. A ustedes por lo menos les paró, a mí me pasado por delante miles de veces -bueno, algunas- pero eso no es importante verdad? lo mejor fue el desfile y las antorchas.

  3. Camilo Santiesteban Torres

    Linda, fue todo un placer y más que un placer un solar coger la peste a humo esa noche contigo a la salud de la memoria del apóstol. Cuando llegué al otro día al trabajo me dijo una muchacha – te vi ayer en la televisión al lado de una trigueñita – , o sea salimos por el vidrio y me diste unos puntos(oye Carlos, sin lío, jaja). Para la próxima vez que nos veamos sabré cómo escenificarte. Bsos

  4. vaya primero me hiciste erizarme d ela cabeza a los pies , y luego la manera deliciosa con que cuentas esta odisea , prque por la mañana tuvimos una digtan de los cuentos de sherlock holmes perdigueindo la transtur , jajajaj si te digo estuve en la haban cinco años y nunca vi unba marcha de las antorchas ,.. peroooo ahora contigo lo he visto clarito y la 195 yo le decia el paseo del padro porque se demoraa lento , lento que es un paseo torturoso ..,a jajaj un beso chelin

  5. Siento llegar tarde a este post maravilloso, y una vez más, como la tunie, tienes la puntería de sacarme lagrimillas con tus letras. Gracias, mariposas!!!

Los comentarios aquí.