Sobre la autora

Casi todos me conocen por Chely, al menos los amigos que hice o las personas que conocí después de la secundaria. Soy cubana, holguinera y eso quizás me defina en gran medida, todo depende de la idea que se tenga de cómo somos los cubanos, de lo estereotipada o no que sea esa imagen.
Holguín es una ciudad pequeña, a veces da la sensación de que todo el mundo se conoce o que se ha visto alguna vez. Por ejemplo, es poco probable que uno entre a un lugar y no conozca absolutamente a nadie, puede pasar, pero uno siempre tiene el sentimiento de que encontrará a algún conocido.
Eso definitivamente determina la personalidad de cada quien, te obliga a mirar a la gente. No sucede como en New York, que nadie repara en el otro. Eso nos hace más humanos, pero también nos hace daño porque además de que uno mira, se siente observado todo el tiempo, y eso conspira en contra de la lo que llamamos «libertad individual».
Solía vivir en un barrio de Vista Alegre, en un lugar tranquilo, apacible, sin violencia de ningún tipo. La única estridencia en las tarde era la algarabía de los niños corriendo por la calle, que no tiene mucho tránsito, y la mesa de dómino, a donde los hombres se tiran de cabeza cuando terminan la jornada laboral. Ahora vivo en otra ciudad, calurosa, curvilínea, dispareja, caótica. Y como podría decirse que soy básicamente eso, una gente marcada por su época y su geografía, pues presumo que Santiago de Cuba me hará doblar las piernas y el alma, para convertirme en otra cosa, que aún no defino muy bien.