Siempre miré aquella casa con cierto recelo. Era inolvidable, para nada convencional. No podía imaginarla por dentro, pero me pregunté cien veces cómo era. Un día toqué a la puerta para una entrevista, me senté en una sala aparte, y llegó un señor encorvado y sonriente con quien conversé casi cuatro horas. Mientras hablábamos, yo no paraba de mirar el patio interior, las celosías, y la luminosidad de aquella construcción, tan inusual y acogedora. Luis Felipe Rodríguez Columbié era mi interlocutor y me hablaba con la parsimonia de su avanzada edad, pero a la vez, con la tranquilidad propia del hombre que ha plantado muchos árboles y, al cabo de los años, se sienta bajo uno de ellos a respirar aire puro y a contemplar el bosque.
El Premio Nacional de Arquitectura en el 2003, nació en Baracoa, pero fue Holguín la ciudad que ayudó a construir. Llegó aquí cuando los límites de las casas no sobrepasaban los río Jigüe y Marañón, aquí se enamoró, aquí vivió más de 60 años, y serán estas tierras las que guardarán sus restos.
Se fue el hombre de las casas, pero aquí está su bosque para que lo habitemos.
PD: La entrevista que le hice aquella tarde la pueden encontrar aquí: “El sueño de un arquitecto”
Mi querido tío!!! EPD